HOY TAMBIÉN
Como otros varios y tantos días, hoy también llegó tu recuerdo a mi mente, no me avisó, me tomó por sorpresa y como siempre, me dejó esa dulce sensación en mi interior, aquella de contraer los músculos hacia el centro de mi cuerpo y sentir que podía tener las nubes entre mis manos. Pero el problema es que entras por el estómago, pero a veces, te vas al cerebro y otras veces más, te vas hacia debajo del ombligo. Nunca te detienes en el alma y es que nunca te quise, sólo quería estar contigo sin saber que me hacías tanto bien.
Recuerdo claramente aquellas
tardes gloriosas para mi fortuna, cuando pasaba por ti para ir a la
universidad. Después de avisarte que ya estaba afuera de tu casa, esperaba
impaciente tu llegada, saboreando la frescura con la que me saludabas con un
beso en la mejilla y a partir de ese momento, estar en la misma burbuja donde
se olía ese delicioso olor que desprendías, paralizando mis sentidos. Charlando
de todo y nada, el camino se hacía cada vez más corto y eso después ya era un
problema, porque a cada kilómetro a tu lado, el corazón se hacía chiquito y las
ganas grandes; era irónico pensar que desde que te conocí, seguías imponiéndome
de esa manera, se trataba de una mezcla entre nerviosismo y miedo, pero más,
gusto por tenerte junto a mí y sí, en ese momento eras sólo mía y de nadie más.
En el camino, el sol de la tarde
atravesaba el parabrisas de mi auto rojo escarlata y yo, atravesaba con mi morbo
tu blusa, buscando un indicio de piel descubierta color vainilla, esperando ver
tus bellos erizos al descubierto, porque sabías que te escuchaba con atención y
al mismo tiempo, acariciaba con mi deseo la curva de tu sostén aliviando un
poco ese deseo por tenerte rendida entre mis brazos.
Cuántas veces no quise proponerte
que hiciéramos algo, una cosa especial, divertida y quizá intrépida; por
ejemplo, que te quitaras el pantalón y lo tiraras por la ventana, al mismo
tiempo que volteábamos hacia atrás muertos de risa, para ver cómo iba a parar
en el cristal del atónito conductor de atrás. Luego tirarte junto a mí,
mientras avanzaba un par de kilómetros más. Soñaba despierto que estuvieras en
mi pecho y escucharas cómo mi corazón empezaba a acelerarse con tu presencia y
tú mientras tanto, ponías tu mano derecha entre mis piernas
mientras me mirabas seria a los ojos, mordiéndote los labios para sentir cómo
se hinchaba el pedazo de carne, sí el mismo que deseaba enterrártelo hasta las
entrañas algún día.
En ese momento te hubiera dado un
ligero empujón para liberar mi erección, mostrándotela para ver si de
casualidad te gustaría acercarte para sacar tu lengua y rodearla marcando tu
territorio. Posiblemente hubiera sonado “Always” de Bon Jovi y yo hubiera
subido el volumen tumbando la cabeza hacia atrás para sentir esa electricidad
que tu boca provocaría y lanzando, lo prometo, dos profundos gemidos mientras
tomaba con fuerza el volante y bajaba la velocidad, pues sería mi gloria, mi triunfo.
Sería el momento perfecto para
observar cómo se arqueaba tu espalda por ponerte de frente a mi sexo, mientras
tu piel comenzaba a ponerse al cien. Te hubiera propuesto tantas cosas,
pero nunca mi cariño, porque sabía que esas palabras no cabían en una relación
especial como la nuestra, mejor y sin pensarlo, hubiera salido de la carretera y parquearme detrás de esos enormes árboles verdes que siempre hacían juego
con la carretera solitaria. De un solo movimiento te pondría de espaldas en el
asiento trasero del auto, disfrutando de cada uno de los segundos transcurridos
a tu lado. Comenzaría a besarte los pies. Primero tu talón por la parte interior
para después, hacer camino hacia arriba, recorriendo con mi boca el arco de tus
piernas, mientras veía de reojo como apretabas los puños indicando ese buen gesto de mi parte.
Con
tu terreno humedecido y mis ganas engrandecidas, finalmente acercaría mi pecho al tuyo
embonando mi cuerpo entre tus piernas al mismo tiempo que me recibirías para investirte con todas
tus fuerzas, formándonos un solo cuerpo. Sonaría en el aire Bad to the Bone y sería la canción
perfecta para sentirnos un par de chicos malos que vivían al máximo,
disfrutando de la vida y siguiendo nuestros instintos.
Junto
a ti y sobre ti, susurraría en tu oído: mía, mía, mía... Mientras tanto pasaría
mis manos por debajo de tu cintura, para empotrarte mejor e incluso con lujo de
violencia moderada. Tendrían que ser movimientos rápidos y certeros, pues el
lugar ni las condiciones permitirían hacerlo de otra manera. Ahí mismo tendría que
explotar, dentro de ti, mostrándote cuánto me hacía bien tu compañía, cuál
feliz era mi alma y cuánto te quería sin querer. Al final,
desaliñados y con nuestros rostros descompuestos por amarnos, me acostaría en
tu pecho para sentir tus aun acelerados latidos, para descansar y decirte una y
otra vez, me encantas, me fascinas, me enloqueces.
Al
poco rato y con la impresión de que nada hubiera sucedido, llegaríamos a la
universidad, entraríamos al salón, cada quien por su parte, luego, te mandaría
un papelito donde por un lado estuviera dibujado un corazón con tu inicial
dentro y por el otro lado una propuesta seria y en toda forma de cenar otra
vez juntos. Sería un plan perfecto, no por lo que hubiera pasado, sino porque
ese día, iba a estar nuevamente a tu lado.