No recuerdo que una gran historia de amor comenzara con una
canción, es por ello que voy a contar la mía, al inicio parecería ser
prometedora, a la mitad parecería absurda y al final paradójica; esa melodía
representó la inspiración para el amor.
Sonaba mi soledad y yo del gran Alejandro Sanz a la distancia, sobra decir de dónde provenía la melodía, pues ni yo podría determinarlo con exactitud. El caso fue que capturé el inmenso amor de un hombre y no hubo más, me inspiré. Así que salí al mundo con la disposición a enamorarme apasionadamente de una chica, quería tener esa sensación en el estómago, yo le diría vértigo. Divagaba por la vida hasta que llegó.
Estaba en un curso de capacitación por la empresa donde trabajaba, sumergido hasta la última silla de atrás, cuando el instructor me propuso pasar a exponer el tema y acepté con gusto, pues además de ser estudioso, me gustaba ser activo y poner a prueba mis propios conocimientos con la presión que implicaba el pánico escénico, pues prácticamente estábamos en una clase de la universidad. Me desenvolví bien, quedé a gusto y eso, sirvió para llamar la atención de Ana una chica que se encontraba en el mismo curso, pues cuando regresaba triunfal a mi silla, me intervino en corto con un “órale que buena explicación, ¿cómo te llamas?”. Era evidente su interés, aunque por mi parte, pasó desapercibida, pues todavía cargaba la adrenalina por mi cátedra; aunque eso no representó impedimento para seguirla a la distancia. Ese día marcó el inicio de una derrota programada.
Se trataba de una mujer morena de estatura media, caderas pronunciadas y bien torneadas, ojos rasgados y cabello lacio tan negro, como una noche serena sin luna para creer apasionadamente del amor. No puedo negar que me gustaba, ere muy atractiva y no pasaba desapercibida. En realidad comencé a quererla, pero eso solo lo sabía yo. Cada que la veía, observaba sus detalles; sus labios rojos, la manera en cómo sonreía y yo padecía, su postura, sus gestos, el ritmo de su andar, cada detalle lo fui guardando estratégicamente en mi memoria, para después pensar en ella intencionalmente e inconscientemente. Estaba enamorado no cabía duda, pero no tenía el valor para acercarme a ella, siempre he sido reservado, introvertido y en algunos casos inseguro, condición que representaba un serio obstáculo. Sin embargo, sucedió un día que circunstancialmente me ofreció un aventón, no lo podía creer pero estaba pasando, supongo que había algún interés de su parte aunque también pienso en el destino obrando a mi favor; suerte.
Cuando subí al auto su tenía la respiración tensa y las manos sudorosas. No quería que terminara ese momento, al cerrar las puertas, quedamos dentro de una burbuja, donde compartimos el aire a respirar, pero no estaba seguro si también las mismas intenciones. Conducía tan lindo su auto con quemacocos y piloto automático, ella con mallones negros, suéter de varios colores y botines de terciopelo oscuro; su cabello largo hacía perfecto juego con su ropa, conmigo y con el ocaso de aquella maravillosa tarde sobre la carretera.
Observaba atento de reojo cada uno de sus movimientos, sigiloso como un carnívoro a su presa; agazapado, calculador, con el corazón en la garganta y las ganas en pecho. Pero fue ella quien rompió el silencio preguntándome si quería escuchar un poco de música, asentí gentilmente sin dejar ver mi nerviosismo. Entonces, sonó entra en mi vida y me hundí en el asiento, fue tan agradable ese momento como observar una estrella fugaz en una noche tranquila y callada. Pensaba que era algo curioso estar con esa chica sin planearlo, así que decidí hacerlo más especial, al menos para mí. Respiré cada vez más lento y me dispuse a disfrutar en todo momento su compañía. Percibí claramente la fragancia de su perfume, quería no perder detalle alguno de ese momento, disfruté tanto de la charla, de su compañía, pero sabía que eso, no iba a ser suficiente para mi.
Como era de esperarse el camino se hizo corto. Cuando sonó la torturadora pregunta con su voz floreada, ¿dónde te dejo? y ahí el dilema: dar las gracias por el aventón y bajarme con un gesto frío e indiferente o alargar la tan agradable compañía para asomar un poco mi cariño creciente. Opté por la segunda opción, invitándole un café cerca de aquel lugar. Aceptó sin problema, gustosa diría yo. Al momento de subir las escalera para entrar al lugar le di el paso y me dispuse a mirar el espectáculo durante quince escalones, comprobé una de las razones del porqué me imponía su presencia, sus caderas eran tan bien torneadas, que me hipnotizaron por completo, seguí sus pasos boquiabierto y con los latidos acelerados sin control. Cuando llegamos a la mesa, ella se disculpó un momento para ir al tocador y aproveché para recomponerme de la agitación por las fantasías de mi mente.
El formato resultó similar al viaje, pero ahora fuera de nuestra burbuja; una plática agradable, una chica imponente frente a mi, un nerviosismo que se negaba a morir y un momento enmarcado con letras triunfales. Sin remedio alguno se hizo la noche, abandonamos el lugar llegó el momento de la despedida, la acompañé a su auto y no pensé otra cosa más que probar sus besos, no me iba a perdonar no acercarme a ella después de la magia de aquella tarde noche, así que cuando Ana se recargó en el auto, no lo dudé me paré frente a ella y me acerqué.
Por un momento nuestros cuerpos quedaron a milímetros de distancia, me acerqué con cautela a su oído y apoyé ambos brazos en el carro dejándola completamente a mi merced. Susurré: no quiero arruinar este momento, pero quiero que sepas todo lo que me impone tu presencia.
Cambié mi postura, me puse frente a ella sin disolver nuestra cercanía, vi sus labios entre abiertos, sentí el cambio de su respiración y supe que era el momento perfecto; la besé. Sentí la textura de sus labios afilados, empecé a pisar mi terreno, era mi deleite, succionaba el aire de su boca para que el beso fuera más profundo, pegué más mi cintura mientras mis brazos rodearon su espalda baja. Empujé suavemente mi boca hacia adelante y me dispuse a abrazar su labio inferior para que el beso fuera más intenso. Interrumpí el momento para fortalecer el momento con un abrazo y otro susurro: no hay otra cosa más fascinante que tener una chica tan guapa como tú, gracias por el right. Solo me contestó con una sonrisa la misma que desdibujé con otro beso largo, profundo, intenso, prometedor; provocando un movimiento sincronizado de nuestros rostros, así lo quería y así resultó; perfecto.
Camino a casa me rondaban todo tipo de pensamientos, no puedo negar que todos ellos tenían el mismo nombre: Ana. Al mismo tiempo me rodeé de preguntas sobre qué iba a suceder cuando la volviera a ver, tendría que proponerle algo en concreto y lo más importante; ¿qué iba a pasar con mis deseos de enamorarme perdidamente de una mujer?
Continuará...
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