sábado, 22 de mayo de 2021

 

 HOY TAMBIÉN

Como otros varios y tantos días, hoy también llegó tu recuerdo a mi mente, no me avisó, me tomó por sorpresa y como siempre, me dejó esa dulce sensación en mi interior, aquella de contraer los músculos hacia el centro de mi cuerpo y sentir que podía tener las nubes entre mis manos. Pero el problema es que entras por el estómago, pero a veces, te vas al cerebro y otras veces más, te vas hacia debajo del ombligo. Nunca te detienes en el alma y es que nunca te quise, sólo quería estar contigo sin saber que me hacías tanto bien. 

Recuerdo claramente aquellas tardes gloriosas para mi fortuna, cuando pasaba por ti para ir a la universidad. Después de avisarte que ya estaba afuera de tu casa, esperaba impaciente tu llegada, saboreando la frescura con la que me saludabas con un beso en la mejilla y a partir de ese momento, estar en la misma burbuja donde se olía ese delicioso olor que desprendías, paralizando mis sentidos. Charlando de todo y nada, el camino se hacía cada vez más corto y eso después ya era un problema, porque a cada kilómetro a tu lado, el corazón se hacía chiquito y las ganas grandes; era irónico pensar que desde que te conocí, seguías imponiéndome de esa manera, se trataba de una mezcla entre nerviosismo y miedo, pero más, gusto por tenerte junto a mí y sí, en ese momento eras sólo mía y de nadie más.

En el camino, el sol de la tarde atravesaba el parabrisas de mi auto rojo escarlata y yo, atravesaba con mi morbo tu blusa, buscando un indicio de piel descubierta color vainilla, esperando ver tus bellos erizos al descubierto, porque sabías que te escuchaba con atención y al mismo tiempo, acariciaba con mi deseo la curva de tu sostén aliviando un poco ese deseo por tenerte rendida entre mis brazos.

Cuántas veces no quise proponerte que hiciéramos algo, una cosa especial, divertida y quizá intrépida; por ejemplo, que te quitaras el pantalón y lo tiraras por la ventana, al mismo tiempo que volteábamos hacia atrás muertos de risa, para ver cómo iba a parar en el cristal del atónito conductor de atrás. Luego tirarte junto a mí, mientras avanzaba un par de kilómetros más. Soñaba despierto que estuvieras en mi pecho y escucharas cómo mi corazón empezaba a acelerarse con tu presencia y tú mientras tanto, ponías tu mano derecha entre mis piernas mientras me mirabas seria a los ojos, mordiéndote los labios para sentir cómo se hinchaba el pedazo de carne, sí el mismo que deseaba enterrártelo hasta las entrañas algún día.

En ese momento te hubiera dado un ligero empujón para liberar mi erección, mostrándotela para ver si de casualidad te gustaría acercarte para sacar tu lengua y rodearla marcando tu territorio. Posiblemente hubiera sonado “Always” de Bon Jovi y yo hubiera subido el volumen tumbando la cabeza hacia atrás para sentir esa electricidad que tu boca provocaría y lanzando, lo prometo, dos profundos gemidos mientras tomaba con fuerza el volante y bajaba la velocidad, pues sería mi gloria, mi triunfo.

Sería el momento perfecto para observar cómo se arqueaba tu espalda por ponerte de frente a mi sexo, mientras tu piel comenzaba a ponerse al cien. Te hubiera propuesto tantas cosas, pero nunca mi cariño, porque sabía que esas palabras no cabían en una relación especial como la nuestra, mejor y sin pensarlo, hubiera salido de la carretera y parquearme detrás de esos enormes árboles verdes que siempre hacían juego con la carretera solitaria. De un solo movimiento te pondría de espaldas en el asiento trasero del auto, disfrutando de cada uno de los segundos transcurridos a tu lado. Comenzaría a besarte los pies. Primero tu talón por la parte interior para después, hacer camino hacia arriba, recorriendo con mi boca el arco de tus piernas, mientras veía de reojo como apretabas los puños indicando ese buen gesto de mi parte. 

Con tu terreno humedecido y mis ganas engrandecidas, finalmente acercaría mi pecho al tuyo embonando mi cuerpo entre tus piernas al mismo tiempo que me recibirías para investirte con todas tus fuerzas, formándonos un solo cuerpo. Sonaría en el aire Bad to the Bone y sería la canción perfecta para sentirnos un par de chicos malos que vivían al máximo, disfrutando de la vida y siguiendo nuestros instintos.

Junto a ti y sobre ti, susurraría en tu oído: mía, mía, mía... Mientras tanto pasaría mis manos por debajo de tu cintura, para empotrarte mejor e incluso con lujo de violencia moderada. Tendrían que ser movimientos rápidos y certeros, pues el lugar ni las condiciones permitirían hacerlo de otra manera. Ahí mismo tendría que explotar, dentro de ti, mostrándote cuánto me hacía bien tu compañía, cuál feliz era mi alma y cuánto te quería sin querer. Al final, desaliñados y con nuestros rostros descompuestos por amarnos, me acostaría en tu pecho para sentir tus aun acelerados latidos, para descansar y decirte una y otra vez, me encantas, me fascinas, me enloqueces.

Al poco rato y con la impresión de que nada hubiera sucedido, llegaríamos a la universidad, entraríamos al salón, cada quien por su parte, luego, te mandaría un papelito donde por un lado estuviera dibujado un corazón con tu inicial dentro y por el otro lado una propuesta seria y en toda forma de cenar otra vez juntos. Sería un plan perfecto, no por lo que hubiera pasado, sino porque ese día, iba a estar nuevamente a tu lado. 

 

                                         LO SABÍA...

Habíamos cruzado muchas veces las miradas a lo lejos cuando nos veíamos. Había besado tantas veces tu boca de diferentes formas, pero no con la misma intención. Sin embargo nada material, sólo fantasías en mi mente hasta ese momento. Esa seriedad que te caracterizaba hacía juego con mi actitud calculadora y es que para un buen jugador de ajedrez, sería un suicido mover una pieza sin tener una estrategia bien pensada. Así fue la tónica hasta que, aquella tarde soleada pasaste al lugar donde ya te esperaba desde que te vi y se despertó esa atracción. Adrede te hice esperar hasta que las personas ajenas a mis ganas y negras intenciones se fueran. En el momento que sólo estabas tú esperando, salí y te dije que pasaras. Amablemente te ofrecí asiento y ya en mi pantalón comenzaba a hacerse notar la adrenalina que me causabas. Frente a frente, charlábamos de nada relevante, sólo una simple plática trivial. Bajé una mano hacia mi entrepierna a tratar de calmar el hinchazón bajo el ombligo porque ya eran pálpitos delatadores.

Se respiraba nervio y tensión en el ambiente. La suerte estaba de mi lado no cabía duda, porque de repente se escuchó cómo se cerró la puerta y pensé que era momento de abrir la mente y dar el paso. Como buen depredador, cambié la plática, dando un giro a tonos íntimos, cosa que a ti te gustó porque no parabas de sonreír. Inmediatamente después, me puse de pie simulando la hora de cortar la plática, pero en realidad era la estrategia del buen ajedrecista echada a andar y  me acerqué donde estabas. Caminé lentamente posicionándome detrás de ti, inmediatamente te paraste acelerando tu respiración, lo supe porque tus hombros comenzaron a moverse agitadamente de arriba a abajo. Con cautela, retiré la silla y me acerqué para susurrarte: Así que ya conoce mis intenciones, pues entones, tómeme en cuenta como uno de sus pretendientes, al mismo tiempo acorté aún más la distancia entre nuestros cuerpos. 

No dijiste nada, sólo me di cuenta cuando lazaste un ligero suspiro entre cortado. Decidí hacer ameno el momento y bajar la tensión un poco, te conduje más a dentro de aquella sala, vi que estábamos casi de la misma estatura cuando te pusiste frente a mí. Iba a robarte un beso pero me contuve, no quería incomodarte. Mejor te propuse bailar al rimo de la canción que enmarcaba ese momento "...por favor, dame una cita, vamos al parque entra en mi vida sin anunciarte abre las puertas cierra los ojos, vamos a vernos, poquito a poco, dame tus manos siente las mías, como dos ciegos Santa Lucía, Santa Lucía, oh Santa Lucia...”

¿Ya descubriste que soy un torpe bailando? te dije sonrojado, mientras sonreías de una forma que no he podido olvidar. Definitivamente era el momento más especial de mucho tiempo. Puse mis mano de lleno en tu cintura, la música seguía, ahora tocaba "hoy tengo ganas de ti" de Alejandro Fernández y Cristina Aguilera. Seguí posicionándome ante ti deslizando alternadamente mis palmas de arriba abajo con doble intención, de acariciarte y acercarte. - La encuentro muy a gusto entre mis brazos señora linda y creo que no es sólo mi opinión- le dije y al mismo tiempo, empujaba mi cintura hacia adelante simulando una envestida pero fríamente calculada y bien pesada, te diste vuelta quedando de espaldas a mí y frente a un viejo cuadro que nunca había notado. Se trataba de la emblemática Torre Eiffel, el monumento representativo de París Francia, la ciudad del amor; pintado a dos colores, gris metálico y rojo ocre, el mismo que sería nuestro testigo y cómplice, sin necesidad de jurar guardar el secreto de la obra de arte que estaba creando yo mismo con mis manos y mi boca.

En medio de sonidos pasionales salidos de nuestras ganas, apoyaste los brazos en la pared quedando frente al cuadro dándote cuenta que fue pintado al óleo y desde ese momento, se había convertido en tu imagen favorita no por su historia, sino por lo que nos representaba, sellando una vez más esa gloriosa tarde. Me dejaste sin palabras cuando arqueaste tu espalda dejando una espectacular pose que atrajo mis manos a tu cadera con tantas fuerzas que, nuevamente aceleró mi respiración. Escuché de repente como música de fondo “a qué no me dejas” de Alejandro Sanz y sabía que era el momento de pasarla bien, desde esa trinchera que construimos con nuestra atracción y la suerte de nuestro lado. 

No lo pensé dos veces y ya inspirado, rápidamente te di la vuelta, me abalancé hasta tus labios carnosos de rojo satín. Primero tomé tu boca  por la parte inferior, sintiendo cómo encajaba perfecto con mi lengua; lo succioné lentamente al principio, hasta que inició la magistral melodía de tus gemidos volviendo más especial ese momento. Metías tu lengua en mi boca con especial destreza mientras yo la recibía sintiendo una electricidad total, era como si nuestras bocas se estuvieran conociendo y al mismo tiempo sellando cualquier indicio de alguna palabra que delatara nuestro encuentro pasional. 

De repente, ya estábamos en un viejo sofá. Yo sentado frente a ti y tú enfrente de mí, pero sin blusa, mostrándome dos gloriosos pechos perfectamente torneados, imponentes y frescos, indicando que la fiesta tenía que pasar por ahí. Bajé las manos y estaban justo a tu medida. Sentí tus pezones totalmente erectos, entre mis dientes, no paré de lamerlos hasta sentirlos desgastados. Elegí el derecho y luego el izquierdo y repetí varias veces. Continuó el éxtasis, acoplaste tus sollozos a discreción primero, pero después los lanzaste al aire, dejando a mi merced ese cuerpo desnudo. No desaproveché ningún momento, recorrí cada uno de tus encantos una y otra vez, como un círculo virtuoso.

Para este momento ya estorbaba la demás ropa, así que, sutilmente te pusiste de pie y te quitaste el pantalón, mientras yo hice lo mismo pero sin dejarte penetrar con la mirada atónita. Esta vez me llamó fuertemente la atención tu larga cabellera de noche, sin luna ni estrellas melancólicas, más bien de profunda oscuridad prohibida. En un sólo movimiento me puse detrás de ti y sin más, me enterré sintiendo tu humedad cómplice de mis ganas, comencé a mover la cadera atrás y adelante. Con el alma brillante y tu dulce compañía. Hacía calor, mucho calor, lo sé porque estaba sudando y mis manos resbalaban en tu espalda. Estábamos fundidos en uno solo. Ese día marcó el inicio de un torbellino de emociones. Tú pensabas en mí y yo lo sabía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

    HOY TAMBIÉN Como otros varios y tantos días, hoy también llegó tu recuerdo a mi mente, no me avisó, me tomó por sorpresa y como siempr...