Lo sabía

 

                                     LO SABÍA...

Habíamos cruzado muchas veces las miradas a lo lejos cuando nos veíamos. Había besado tantas veces tu boca de diferentes formas, pero no con la misma intención. Sin embargo nada material, sólo fantasías en mi mente hasta ese momento. Esa seriedad que te caracterizaba hacía juego con mi actitud calculadora y es que para un buen jugador de ajedrez, sería un suicido mover una pieza sin tener una estrategia bien pensada. Así fue la tónica hasta que, aquella tarde soleada pasaste al lugar donde ya te esperaba desde que te vi y se despertó esa atracción. Adrede te hice esperar hasta que las personas ajenas a mis ganas y negras intenciones se fueran. En el momento que sólo estabas tú esperando, salí y te dije que pasaras. Amablemente te ofrecí asiento y ya en mi pantalón comenzaba a hacerse notar la adrenalina que me causabas. Frente a frente, charlábamos de nada relevante, sólo una simple plática trivial. Bajé una mano hacia mi entrepierna a tratar de calmar el hinchazón bajo el ombligo porque ya eran pálpitos delatadores.

Se respiraba nervio y tensión en el ambiente. La suerte estaba de mi lado no cabía duda, porque de repente se escuchó cómo se cerró la puerta y pensé que era momento de abrir la mente y dar el paso. Como buen depredador, cambié la plática, dando un giro a tonos íntimos, cosa que a ti te gustó porque no parabas de sonreír. Inmediatamente después, me puse de pie, simulando la hora de cortar la plática, pero en realidad era la estrategia del buen ajedrecista echada a andar y  me acerqué donde estabas. Caminé lentamente posicionándome detrás de ti, inmediatamente te paraste acelerando tu respiración, lo supe porque tus hombros comenzaron a moverse agitadamente de arriba a abajo. Con cautela, retiré la silla y me acerqué para susurrarte: Así que ya conoce mis intenciones, pues entones, tómeme en cuenta como uno de sus pretendientes, al mismo tiempo acorté aún más la distancia entre los cuerpos. 

No dijiste nada, sólo me di cuenta cuando lazaste un ligero suspiro entre cortado. Decidí hacer ameno el momento y bajar la tensión un poco, te conduje más a dentro de aquella sala, vi que estábamos casi de la misma estatura cuando te pusiste frente a mí. Iba a robarte un beso pero me contuve, no quería incomodarte. Mejor te propuse bailar al rimo de la canción que enmarcaba ese momento "...por favor, dame una cita, vamos al parque entra en mi vida sin anunciarte abre las puertas cierra los ojos, vamos a vernos, poquito a poco, dame tus manos siente las mías, como dos ciegos Santa Lucía, Santa Lucía, oh Santa Lucia...”

¿Ya descubriste que soy un torpe bailando? te dije sonrojado, mientras sonreías de una forma que no he podido olvidar. Definitivamente era el momento más especial de mucho tiempo. Puse mis mano de lleno en tu cintura, la música seguía, ahora tocaba "hoy tengo ganas de ti" de Alejandro Fernández y Cristina Aguilera. Seguí posicionándome ante ti deslizando alternadamente mis palmas de arriba abajo con doble intención, de acariciarte y acercarte. - La encuentro muy a gusto entre mis brazos señora linda y creo que no es sólo mi opinión- le dije y al mismo tiempo, empujaba mi cintura hacia adelante simulando una envestida pero fríamente calculada y bien pesada, te diste vuelta quedando de espaldas a mí y frente a un viejo cuadro que nunca había notado. Se trataba de la emblemática Torre Eiffel, el monumento representativo de París Francia, la ciudad del amor; pintado a dos colores, gris metálico y rojo ocre, el mismo que sería nuestro testigo y cómplice, sin necesidad de jurar guardar el secreto de la obra de arte que estaba creando yo mismo con mis manos y mi boca.

En medio de sonidos pasionales salidos de nuestras ganas, apoyaste los brazos en la pared quedando frente al cuadro dándote cuenta que fue pintado al óleo y desde ese momento, se había convertido en tu imagen favorita no por su historia, sino por lo que nos representaba, sellando una vez más esa gloriosa tarde. Me dejaste sin palabras cuando arqueaste tu espalda dejando una espectacular pose que atrajo mis manos a tu cadera con tantas fuerzas que, nuevamente aceleró mi respiración. Escuché de repente como música de fondo “a qué no me dejas” de Alejandro Sanz y sabía que era el momento de pasarla bien, desde esa trinchera que construimos con nuestra atracción y la suerte de nuestro lado. 

No lo pensé dos veces y ya inspirado, rápidamente te di la vuelta, me abalancé hasta tus labios carnosos de rojo satín. Primero tomé tu boca  por la parte inferior, sintiendo cómo encajaba perfecto con mi lengua; lo succioné lentamente al principio, hasta que inició la magistral melodía de tus gemidos volviendo más especial ese momento. Metías tu lengua en mi boca con especial destreza mientras yo la recibía sintiendo una electricidad total, era como si nuestras bocas se estuvieran conociendo y al mismo tiempo sellando cualquier indicio de alguna palabra que delatara nuestro encuentro pasional. 

De repente, ya estábamos en un viejo sofá. Yo sentado frente a ti y tú enfrente de mí, pero sin blusa, mostrándome dos gloriosos pechos perfectamente torneados, imponentes y frescos, indicando que la fiesta tenía que pasar por ahí. Bajé las manos y estaban justo a tu medida. Sentí tus pezones totalmente erectos, entre mis dientes, no paré de lamerlos hasta sentirlos desgastados. Elegí el derecho y luego el izquierdo y repetí varias veces. Continuó el éxtasis, acoplaste tus sollozos a discreción primero, pero después los lanzaste al aire, dejando a mi merced ese cuerpo desnudo. No desaproveché ningún momento, recorrí cada uno de tus encantos una y otra vez, como un círculo virtuoso.

Para este momento ya estorbaba la demás ropa, así que, sutilmente te pusiste de pie y te quitaste el pantalón, mientras yo hice lo mismo pero sin dejarte penetrar con la mirada atónita. Esta vez me llamó fuertemente la atención tu larga cabellera de noche, sin luna ni estrellas melancólicas, más bien de profunda oscuridad prohibida. En un sólo movimiento me puse detrás de ti y sin más, me enterré sintiendo tu humedad cómplice de mis ganas, comencé a mover la cadera atrás y adelante. Con el alma brillante y tu dulce compañía. Hacía calor, mucho calor, lo sé porque estaba sudando y mis manos resbalaban en tu espalda. Estábamos fundidos en uno solo. Ese día marcó el inicio de un torbellino de emociones. Tú pensabas en mí y yo lo sabía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

    HOY TAMBIÉN Como otros varios y tantos días, hoy también llegó tu recuerdo a mi mente, no me avisó, me tomó por sorpresa y como siempr...