Lo había escuchado, lo había leído y ni así lo comprendí. No remover el
pasado, no querer regresar a una parte de nuestra existencia donde la pasamos
bien, se dice que “uno siempre regresa a donde fue feliz” pero en realidad la
felicidad tiene distintas connotaciones. ¿Cuándo somos felices, en la
prosperidad, en la salud física, al cumplir caprichos, es un estado mental o un
efímero momento terrenal o infinitamente en el lado espiritual? ¿Si tuviera
forma, cómo sería, si fuera olor o tuviera color..? Resulta más complicado en
realidad y tan solo por el hecho de tratarse de personas; entonces ¿la
felicidad tiene rostro?
Los seres humanos somos en realidad tan
complejos como nuestra misma composición, que la ciencia y un sinfín de
disciplinas, han querido intervenir en el tema. Todo en vano, al momento sacar
a relucir al corazón, sí, el corazón de un hombre aturdido, herido, frustrado y
maltratado por los años, por la vida, por el camino andado.
Hoy me encuentro postrado con el rostro
desfigurado, solo y derrotado; con los pedazos de mi corazón en las manos
temblorosas. Nunca debí buscarte nuevamente, pero lo hice. Llegué y no estabas
tú, solo estaba una chica ahora una extraña, la que lee esta carta ahora y no
la que buscaba la que dejé en el camino; esa que practicaba ansiedad al
pensarme. La misma que se estremecía completa cuando le hablaba del amor al
oído y temblaba dulcemente de pies a cabeza con mis caricias bien
intencionadas, que revestían tu cuerpo desnudo.
No eras tú y nunca volverás a serlo, ya
casi lo entiendo. Ella murió junto conmigo detrás de esos cerros del tiempo,
sólo quedan sembrados recuerdos en tierras húmedas del ayer. Retoñan con
melancolía y propia rebeldía pequeñas flores amarillas esas que prometo hoy
arrancar una a una así también de mi corazón enfermo, sólo me recuerdas a alguien.
El tonto perdido.
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